Ganó el Barça y ganó el fútbol, el bueno, la apuesta generosa, la que no admite más truco que el balón, el juego solidario entendido como un sistema de ayudas y apoyos, un amigo en cada esquina y subvenciones al talento. Ganó el Barça en la ciudad que corona emperadores, venció con absoluta fi delidad a sí mismo, lanzando besos al aire y sumando voluntades porque no hay mejor proselitismo que la hermosura. Ganamos todos, que conste también, porque hay mucho de nuestra Selección en ese equipo y en líneas generales porque, más allá de los colores, nos gusta este invento inglés llamado fútbol.
El palmarés de la Copa de Europa, ayer disfrazada de Mesalina, no recogerá nunca los primeros minutos del partido, cuando el Manchester fue el amo, pero habrá que constatarlos en consideración a la historia y a la resaca rival. En el primer minuto, hace cien años ya, el Manchester acumulaba un disparo a puerta y una ocasión de gol. Cristiano Ronaldo botó una falta desde 30 metros con ese chut que le caracteriza, mitad folha seca y mitad picadura de serpiente. Es difícil decir cuántos problemas le causó a Valdés el balón y cuántos el miedo, la fama de esos cueros con dientes de piraña. El caso es que la pelota se escurrió de sus guantes como una trucha y Piqué impidió el remate de Park. Otro mundo se perdió en ese limbo.
A los seis minutos volvió a disparar Cristiano Ronaldo, otra vez desde lejos y otra vez con veneno de cobra. La acción confi rmaba el dominio absoluto del Manchester y la ausencia total del Barcelona. En la siguiente jugada, Cristiano, siempre Cristiano, controló un balón de fuego con el pecho y lo remató con la zurda. La pelota se perdió junto a un palo dejando un reguero de pánico.